"Si no he de inspirar amor, inspiraré temor."
(Frankenstein, o el moderno Prometeo)
El 25 de junio de 2010 aterrizaba en el mercado español la primera revista 3.0 (!?), que en el fondo es una mezcla física de libro + dispositivo electrónico audiovisual. Parece que su portada inlcuye en pantalla de video donde pueden verse contenidos e incluso queda espacio para almacenar video propio e incorporarlo. Es una revista tradicional con una portada animada visual, algo así como un programa de televisión incrustado en una portada, sin mayor interacción con el espectador.
Lo que me interesa ahora, desde un punto de la antropología del libro como historia tecnológica del soporte multimedia, es que la combinación de soportes en este caso crea una hibridación a la que, de no ser por las primitivas tarjetas postales-libros sonoras, aún no estamos acostumbrados; como si los androides en los que nos vamos poco a poco convirtiendo -a fuerza de solapar e introducir la tecnología en nuestro cuerpo, y no tanto, como pensaba la ciencia ficción, de crear robots antropomorfos- no fuéramos a querer leer e informarnos por medio de su correspondiente libroide -que sería el robot bibliomorfo.
A pesar de la imagen del androide como robot del futuro que nos ha legado la ciencia ficción, quizás el engendro creado por el doctor Frankenstein siga siendo el más poderoso icono colectivo de este afán por dar vida a un conjunto de elementos previamente inertes, convertidos en máquina a fuerza de mezclas y del genio científico. Probablemente porque el doctor hace regresar a un cuerpo humano -retazo por demás de otros varios- del inerte silencio hasta el mundo de los vivos, donde el monstruo se debate por vivir y sentir plenamente. Ese es el chip invisible que se le insufla como espejo de un aliento divino. Viajar desde ahí al androide Roy de Blade Runner, en su escena de despedida final, no ofrece apenas cambio en la máquina creada para ser como un hombre y deseosa de serlo plenamente, con la consciencia de una vida cumplida.
El libroide llega, por tanto, de la mano de papel impreso al que se le implementa -con cierto primitivismo- un robot electrónico multimedia, como queriéndole otorgar una vida nueva e insospechada al viejo códice. Un biblio-Frankenstein, frente al modelo de nuestro siglo -la tableta Andoid, el iPad- que es puro metal robótico aspirando a ser libro y más que libro, humanoide en su interacción social. Así, el libroide se va infiltrando en nuestras vidas y puede que disfrute su edad dorada a partir de ahora, en el que papel y pantalla, tinta y bit pueden crear simbiosis inesperadas a la espera de un libro más inteligente -yo siempre pensé que eso sólo se cumple si el lector lo es, aunque es verdad que los libros inteligentes crean lectores inteligentes-; un libro también más humanoide, donde en su portada nos reflejamos en nuestras aspiraciones y, sin duda, en nuestras vanidades.
Quiero destacar por eso también otro ejemplo libroide, el phonebook que apareció el año pasado en Asia, que sólo cobra vida completa al insertar nuestro móvil en el centro del cuerpo del libro impreso, y que a golpe de página nos enseña diversos videos y juegos interactivos... un libroide infantil para entablar nuevas relaciones con los pequeños y cada vez más nativos digitales. Un artilugio de interactividad mixta que atrapa en la fisicidad y permanencia de lo impreso, la virtualidad y volatilidad digital.
Muchas de estas apuestas iniciales vienen dirigidas por el márketing y el objetivo de lograr una sublimación/provocación/desafío carnavalescos sobre la tradición cultural mediante la sorpresa que lo híbrido entre opuestos produce públicamente como novedad festejada en red. Pero además de experimentar al tiempo que se crea una expectación momentánea, abren sin duda un mercado -¿y acaso un circo de monstruos genéticos?- que en tiempos de cambio, de oposiciones, guerras, convivencias entre soportes y medios, son reflejo de manera doméstica del viejo miedo a robotizarnos sin un cuerpo humano de por medio (libresco ahora) por un lado, y el misterio de lo que es semejante a nosotros mismos pero fabuloso y construible, por otro: y sobre todo, transita en el imaginario colectivo la incertidumbre o sospecha ante lo que no es humano pero que se le asemeja mucho, en este caso de algo que no es un libro pero que se le parece tanto, salvo por un detalle: la revelación de que se enciende y empieza a moverse, y nuestro rostro digital, como en un espejo, surge de la portada de aquello que creíamos una pura mecanización que podíamos aún controlar a golpe de página.
Prometeo fue el primero en robar a los dioses el fuego divino y la sabiduría para los humanos, con los que estos modificaron radicalmente su medio, pero Prometeo fue castigado por ello. ¿Qué pasará con los libroides? ¿Crearán una nueva especie híbrida difícil de aceptar, librescamente hablando? ¿Nos invadirán de formas sospechosas e irreconocibles? ¿Nos hemos transformado ya en lectoides? ¿Qué otros libroides o aspirantes a libroides existen ya, presentes pero imperceptibles? ¿Se te ocurren otros nuevos, ahora que inauguramos la ciencia ficción del libro?
Mientras tanto, como Deckard y la ginoide Rachael al final de Blade Runner, en pareja -el hombre y la máquina- viajamos en perfecta bibliodistopía hacia un futuro incierto y de final desconocido.