"En ese momento de la narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente." (Las mil y una noches)
Charlie Stross nos recuerda en un artículo sobre la longitud de las novelas cómo los soportes ficcionales y su distribución al público informan y alteran la narración. Al comentar algunos momentos ilustrativos de la edición anglosajona desde la revolución industrial, rescata la conocida práctica de los folletines victorianos, en los que se distribuían, de forma seriada (capítulo por capítulo), novelas cuya longitud podía extenderse ampliamente según los planes del autor, el editor y el interés del público lector. Desde luego, cada capítulo se veía delimitado por la necesidad de imprimirse en el espacio de cada uno de los fascículos, para su posterior encuadernación. En la primera mitad del siglo XX, dice Stross que la novela de ciencia ficción, distribuida en revistas periódicas, permitía la inserción de historias cortas, y también la de novelas seriadas que no fueran tampoco muy largas (60.000 palabras) para no quitar valor al resto del contenido de la revista si la novela no resultaba del gusto de un número de lectores, y sólo por ello dejasen de comprarla. Se ofrecían así diferentes novelas cortas a lo largo de una temporada. Este género pasó en los 70-80 a las grandes superficies comerciales, coincidiendo con una temporada en la que debieron subirse los precios: para justificarlo ante el comprador, debían ofrecerse libros, sencillamente, más gordos, y con ello aumentó el número de páginas -no sólo jugando con el tamaño de la fuente, sino creciendo también en contenido. La llegada a los 90 presuponía al lector que debía esperar comprar novelas bastante largas. Muchas de ellas debieron dividirse en diferentes volúmenes, puesto que por razones de encuadernación, pero sobre todo de precio (el límite confirmado estaba en los 24 dólares), hicieron que cierta serie de libros preparada por Stross a principios de nuestro siglo hubo de ser reajustada a unidades de 300 páginas cada una, cuando él había pensado en bloques de unas 800 páginas. Sin duda, la unidad que él proyectaba no podía mantenerse intacta, puesto que era consciente de la necesidad de entretener al lector y ofrecerle los clímax adecuados a mitad de cada unidad y hacia el final de cada uno de los libros individualmente editados.
Esto me lleva a escribir hoy sobre cómo la ficción, y en concreto la novela, se ha transmitido de una forma más fragmentaria de lo que muchas veces somos conscientes, y cómo el orden retórico que parece más apropiado para el medio digital, en una suerte de fragmentación de contenidos, nos ofrece ya una vuelta de tuerca al pasado al darnos un acceso serializado a muchas de las ficciones del pasado y del presente.
Ya he comentado en otro lugar las técnicas editoriales manuscritas de la compilatio medievales y las copias a pecia de la Edad Moderna que permitían crear libros o antologías a partir de una selección de otros materiales, orientados no sólo al estudio sino también al entretenimiento, en una suerte de lectura fragmentada e interconectada por la intención del antologador. Nos recuerda el sabio Chartier que el nacimiento del pliego suelto en el Renacimiento, que evolucionará con la literatura de cordel hasta las narraciones truculentas del XIX, se inicia con la circulación numerosos romances en un solo pliego para su distribución más popular: estos romances eran fragmentos de episodios épicos medievales de mayor envergadura, fragmentos de una historia mayor compartida por la cultura colectiva. La distribución oral de mucho material impreso fue eminentemente fragmentaria: la lectura en grupo y en alta voz de capítulos y episodios de novelas famosas también era una actividad habitual en el Renacimiento y Barroco, e incluso una forma de socialización, por ejemplo, entre nobles, al crear sus círculos literarios. De ahí podemos llegar hasta las academias y tertulias decimonónicas, donde se discutían y se leían extractos de obras propias.
La fragmentación de nuestra lectura hipertextual ha promovido ya algunas iniciativas de edición seriada para narraciones de cierta longitud como las novelas. Comentaré dos de ellas, de similar factura. La primera de ellas la sostiene Jack Lemoine, que como lector parece querer compartir con otros algunas obras de la tradición. Su blog Literature Daily ofrece cada día un fragmento de una obra clásica diferente según el día de la semana, de forma que publica simultáneamente siete narraciones distintas -desde Homero a Twain, desde Kipling a Baum, pasando por las Mil y una noches. Todos ellos son textos de dominio público que él segmenta y publica ordenadamente, de forma que podemos recibirlos en nuestro correo o leer directamente en el blog cada episodio. Además, ha añadido -por medio del servicio odiogo.com- la opción de escuchar el fragmento -si bien es una máquina quien lo lee. Gracias a las etiquetas del menú, uno puede recuperar los fragmentos publicados hasta entonces de uno de los títulos. Desde luego, la fragmentación la impone el editor mismo, considerando que unos pocos párrafos son suficientes en cada emisión; su pericia debe ser la de seccionar también con un sentido de la lectura que permita cortar los episodios en momentos apropiados, y sin duda esto crea pequeños clímax no previstos nunca antes.
El otro servicio de lectura seriada es comercial, pero ofrece algunas lecturas gratuitas y un servicio más completo. Lleva un tiempo ya en marcha, se llama Dailylit y se puede seguir el libro que uno desee desde el principio, recibiéndolo vía rss o por correo. Los fragmentos son un poquito más largos, ellos calculan que el equivalente a unos cinco minutos de lectura, y su lectura puede distribuirse diariamente, tres días a la semana, o sólo en días de labor. Es irónico que no contemplan el fin de semana, por lo que relacionan -¡ay, anglosajones!- la lectura con nuestra rutina diaria de obligaciones profesionales (o quizás como el calculado descanso necesario para completar ese día de trabajo). Lo cierto es que después uno puede especificar también los días en los que se quiere recibir y el tamaño -hay tres- del fragmento diario. Además puede seleccionarse la hora en que uno desea recibir la lectura, y existe la posibilidad manual de solicitar más de un fragmento al instante, si por casualidad deseamos continuar con la historia inmediatamente.
La integración de esta forma de lectura seriada en nuestro entorno 2.0 sí me parece interesante, por muy sencilla que parezca la idea, puesto que nos permite empezar la serie cuando queramos -frente a la publicación seriada en masa victoriana- dado el tratamiento de paquetes de información con el que se considera el texto. La capitulación tradicional viene a rediseñarse aquí para el nuevo medio y su relación con el lector, lector que encuentra un servicio de recepción de su serial adaptado a sus intereses y situación, de una manera muy flexible. Si los fragmentos se editan con un cierto tino narrativo, buscando esos pequeños instantes en los que termina un pasaje o situación, en los que se percibe la intensidad de una nueva conversación, en los que una revelación, por mínima que sea, queda en el aire, entonces la fragmentación adquirirá un nuevo sentido y la lectura será exitosa. Al mismo tiempo, la longitud de una novela no es tan preocupante si la lectura se hace poco a poco pero disfrutando la intensidad en cada uno de sus fragmentos, y a su paso -como una red de pequeñas sugerencias deshilvanándose ante los ojos-, los fragmentos nos atraen hacia el total de la novela.
Desde luego, para muchos tomar un libro (electrónico o no) y abrirlo o cerrarlo cuando uno guste es menos complicado, pero piénsese también en el interés de la lectura seriada, dejando pasar un tiempo entre un momento de lectura y el siguiente, rumiándola mientras tanto la situación dejada, las palabras, reelaborando el texto consciente o inconscientemente mientras llega, en el siguiente correo, la solución ofrecida por el autor.
Esto se me antoja como editar considerando el efecto Sherezade, cuando la joven logra engarzar mil y una noches de relatos terminados y dejados a medio desarrollar para la siguiente noche, consiguiendo que el sultán no cumpla su promesa de matarla tras pasar la primera noche con ella, y encontrando en él, finalmente, un lector voraz, que consume trozo a trozo diversas historias, sin importar la longitud de las mismas, pero sí atento a sus clímax. La literatura al rescate de la vida. Y al rescate de historias por continuarse. Es curioso notar que esas Mil y una noches, de orígenes medievales (una gran compilatio de materiales ficcionales diversos del Oriente) sólo se descubren, y salen editadas con añadidos, en el siglo XVIII para Europa, a través de una traducción-reelaboración francesa, en doce volúmenes, pero no alcanzan gran popularidad hasta el siglo XIX, época de los grandes folletines y la lectura seriada.
Por ello, se me ocurre que, frente a las críticas de la fragmentación en la hiperlectura, debemos recordar por un lado que casi nunca leemos obras de un tirón -y entre lectura y lectura pasan muchas cosas diferentes en nuestras vidas diariamente-; y por otro, que esta fragmentación nos ayuda a detenernos mejor en un párrafo, a la posibilidad de leer con una mayor atención y ver la concentración de significados en el extracto propuesto, que meditaremos -o rumiaremos, como se hacía mediante la ruminatio del texto en el medievo- en su intensidad extractada. Esto sólo dependerá del ritmo de lectura, que hoy, probablemente por inconsciente ineptitud y ansia lectora ante un nuevo y fascinante medio, nos hace saltar de un lugar a otro, lo cual no es malo, pero sí lo es en cambio lo hacemos regurgitando, devorando fragmentos, sin rumiarlos apenas unos segundos, (con)fundiendo el tempo de navegación con nuestra lectura.
Stross vislumbra para el libro electrónico y su forma de distribución naciente tanto la posibilidad de volver a un renacimiento de las novelas en serie como, por otra parte, la posibilidad de venta de novelas de proporciones mastodónticas que forman una unidad, ya que el costo de producción sería muy similar puesto que el peso económico del archivo electrónico no es equivalente al peso -con sus gastos de encuadernación e impresión- del libro impreso. De hecho, algunos de los lectores de Stross dejan dicho en los comentarios a su artículo que leyeron alguna de sus novelas en formato electrónico sin saber muy bien la extensión real de la novela, pero que no les importó. La lectura seriada, tan explotada por la era de la industrialización dickensiana, podría reconvertirse en la sociedad 2.0 de la información en una lectura del texto cuyo tratamiento como paquetes de información narrativos podría constituir el comienzo de una lectura fragmentada con sentido, y paso a paso, conectada en modos diversos y tejedora de una red de lecturas cada vez más compleja pero no por ello menos consciente o profunda o concentrada.
El efecto Sherezade, con su encadenamiento fragmentado de relatos cortados, siempre por terminar y siempre por continuar, define y salva a su protagonista en la ficción frente al sultán Shahriar: a lo mejor la ficción tradicional se salva, una vez más, así, remediando a sus antecesores y aprendiendo de sí misma para perpetuarse reinventándose en otra metamorfosis.
Por cierto, Stross ve en parte sus ansias colmadas y el futuro hecho realidad, pues el propio equipo de Dailylit ha pensado en una antología de ciencia-ficción que distribuye seriadamente. Él no se considera un grandísimo autor, pero parece que sabe ver bien su oficio y su futuro.